Blogia
VOZ UNIVERSITARIA

UNA NOVELA INCOMPRENDIDA

UNA NOVELA INCOMPRENDIDA Por: Grettel Reinoso Valdés  A finales del siglo XIX, una curiosa y satírica obra literaria puso en jaque a la sociedad cubana. No solo los censores y demás “personal” vinculado al sistema, sino también los propios intelectuales y sectores progresistas del momento, se alarmaron ante semejante texto, burlesco, irónico y sagaz, contrario a la usanza de las plumas decimonónicas de la Isla. Narraba su autor, según nos cuenta el propio Martí, …la historia del poblano don Vicente Cuevas, que llegó a Cuba en un bergantín, de España, sin más seso, ciencia ni bienes que una carta en que el señor Marqués de Casa Vetusta lo recomendaba a un empleado ladrón, y con las mañas de éste y las suyas, amparadas desde Madrid por los que participaban de sus frutos, paró el don Cuevas de las calzas floreadas y las mandíbulas robustas en el “señor Conde Coveo”, a quien despidieron con estrépito de trombones y lujos de estandartes y banderines los “buenos patriotas de La Habana”, cuando se retiraba de la ínsula, del brazo de la rica cubana Clotilde. Ésta es la vergonzosa historia, dicha con sobrio ingenio, cuidado estilo y varonil amargura.  ¿No suena familiar? ¿No se ha imaginado usted un pasaje similar relacionado a ciertas leyendas e historias de vida de la Cuba colonial? Seguramente sí. La usura, la corrupción administrativa, eran males comunes que implantó la Metrópoli en esta, su joyita del Caribe. La inmigración de “panchos” dispuestos a todo por enriquecerse en América, muchos analfabetos y algunos con recomendaciones y cartas inventadas, que seguían la rima al aparato burocrático, era muy común, incluso después de la guerra y hasta los primeros años de la República. Muchos españoles, de todos tipos y cunas, vinieron a Cuba. Lo hemos visto en nuestros abuelos o padres, o tal vez  sea usted mismo, buen lector, procedente de la otra orilla del Océano Atlántico.  Pues una historia como ésta es la que cuenta Ramón Meza, un prolífico escritor y cronista, en su novela Mi tío el empleado, que vio la luz en 1887 y como ya decía, causó cierto revuelo en la sociedad de la época. Pero si ya había ocurrido una guerra de diez años en Cuba, si el independentismo era una corriente de pensamiento fuerte y latente y se gestaba dentro y fuera una segunda campaña armamentística, ¿qué puede originar semejante confusión? ¿por qué no fue comprendida en su momento la obra cumbre de Meza? La cuestión es más bien, discursiva, estilística. Por primera vez en la literatura cubana, se emplean recursos que luego conoceremos en el lenguaje cinematográfico, como el énfasis rítmico en los detalles, la carga visual de las imágenes que crea, la forma en que se mueven las situaciones o el carácter escandaloso y pillo de los personajes, lo que produce un efecto especial entre realidad e irrealidad y se hace creíble, aunque sensacional, lo que tal vez de otro modo hubiéramos caracterizado de pura fantasía y absurdo.   Con Mi tío el empleado, Meza fue un innovador, un adelantado. Nos resulta casi contemporáneo su lenguaje, y así el autor rompe con los narradores que le precedieron y al mismo tiempo con los propios de su generación. Sin embargo, no hablamos de un patriota de la guerra, ni de un revolucionario o brillante pensador, más bien de una pluma fina, de un ingenio sagaz y juguetón que se sirvió de la situación para captarla, matizarla y plasmarla al papel y por tanto, a la eternidad, de una forma muy peculiar.  La novela llama la atención desde el comienzo, con la llegada del mentado Cuevas y su sobrino a puerto habanero. Las descripciones del paisaje, de la vida citadina, tienen un matiz impresionista: el viaje, las calles de La Habana, la primera vez que los protagonistas se topaban con la presencia de un negro, la multiculturidad de los pobladores de la isla, la ignorancia de los forasteros, las vendutas callejeras…  Aunque, como se advertirá, no estamos en presencia de una novela realista, en ella se observan, caricaturizados y no por menos revelados, las características de la sociedad colonial: la ignorancia, vista en los inmigrantes españoles, de pobres a condes, la corrupción, la usura, el fraude. Estas eran realidades duras, que sufrieron más aún los criollos, los explotados, los labriegos, los que, ya abolida la esclavitud, continuaban siendo esclavos, los cubanos desplazados, por esos mismos españoles, de los cargos públicos, políticos y empleos mejor remunerados. Meza es, me atrevo a decir, tan implacable como la realidad que le rodea.  No mentía cuando revelaba que a la administración pública  no se ascendía por méritos. La designación de los “jefes” dependía de códigos relacionados con la fidelidad, la incondicionalidad, el pago de favores o de dineros, las recomendaciones; nunca el esfuerzo, el conocimiento, la experiencia. Así le ocurre a Don Benigno, antítesis del conde de Coveo, un funcionario honrado, trabajador, eficaz, que fue expulsado de su puesto para franquear el paso a la corrupción y termina en la miseria, como un testigo espectral de los triunfos del Conde, hasta que muere, roto el cráneo con una argolla del muelle, la propia tarde en que regresa a España, con riquezas y mujer, el que antes fuera el ignorante y estúpido (y sin dejar de serlo) Vicente Cuevas, objetivo de burlas y estafas. La imagen es fuerte aunque siempre satírica, simbólica.  Meza ignora la clemencia, como también la desconoció su sociedad. Llega así a la simple pero terrible disyuntiva imperante: o te comprometes con la corrupción o estorbas. El esperpento en Mi tío el empleado fue más bien un exabrupto, un estallido de cólera, una verdad a rajatablas sobre una época que se desplomaba, atrasada y corroída hasta los huesos.  Así aparecen personajes como Don Genaro, un típico pillo adinerado por la usura y la corrupción, que “patrocina” a estos dos recién llegados, los emplea y, a pesar de ser parientes, los trata con indiferencia, los utiliza para sus fines y en todo caso, es el artífice  también de esos ascensos inesperados y asombrosos, en la vida pública, del analfabeto y ridículo Cuevas, antes que su nombre cambiara a Coveo. Sobre semejante ascenso del tío, se lee en la novela, en un capítulo titulado sugerentemente Salto elevado y apuros por el aire: Estupefacción general causó en la oficinas ver saltar, de improviso a mi tío, de simple sacudidor de expedientes, nada menos que al empleo que ocupaba Don Benigno, tan pronto como éste hizo dimisión de su destino. ¿Qué sabrá ese mequetrefe?, ¿habránse visto pretensiones semejantes?, ¡y le han puesto de sustituto del empleado modelo, del más instruido! En todo momento, se delata el carácter de “saqueo” del coloniaje español en Cuba. Desde los primeros instantes los personajes proclaman su intención de venir a hacer fortuna a la Isla, sea como sea, y regresar cargados de riquezas a su aldea remota.  La educación es también objetivo de críticas auque más se note la “no educación” en forma de ignorancia, de inconsecuencia, de falta de principios. En voz del propio sobrino, principal narrador, se destaca el siguiente pasaje sobre su experiencia escolar en la Madre Patria, trasladada forzosamente a Cuba como una realidad y esto es, si nos referimos a aquellos que al menos tuvieron el privilegio de recibir un mínimo de enseñanza. Por lo demás, es un pasaje muy ilustrativo, véase también la primera frase, pronunciada por el cura pueblerino: -Lástima que este muchacho sea tan travieso, no tiene mala cabeza. Si le mandáramos a América podría hacérsenos allá un virrey.Pero la verdad es que si no aprendí más la culpa no fue mía. ¡Dios me libró en buena hora de haber tenido la tentación de exponer ciertas dudas y de hacer ciertas preguntas al maestro de mi pueblo! Seguro estoy de que de haber ocurrido semejante cosa no contaría por sanas todas mis costillas. Era el tal don Mateo, hombre rudo, intratable y vanidoso: castigábamos caprichosamente. Si alguno de sus discípulos ponía un rabo a una mosca, como él llegara a enterarse de la travesura todos los de la escuela éramos abofeteados de lo lindo sin distinción de justos ni pecadores. Aprendimos nuestras lecciones, no por afición al estudio, sino por puro terror a la palmeta.  Meza no aspira a darnos una visión realista de su tiempo pero es precisamente esta subrayada realidad del absurdo cotidiano, que se extendería con rasgos similares hasta la República (no en balde esta novela fue “olvidada” en la Isla hasta los años 60), lo que le confiere asombrosa modernidad a la obra. Aquel negocio sin nombre ni objeto explicitados, los expedientes que tapizan las paredes de una oficina cerrada y cubierta de polvo; la luz y la risa que se multiplican y duelen desde los cubiertos de plata, en contraste a la pobreza, a la figura simbólica de aquel mendigo que aparece siempre en los instantes más felices de Coveo, conforman estas páginas reveladoras de la dura y contradictoria cotidianidad de todo un pueblo.  Martí, ese maestro visionario, quien fuera uno de los que mejor supo comprender a Mi tío el empleado, capta la esencia de su valía precisamente en su carácter de ser, al mismo tiempo, caricatura y realidad: Cuéntase cómo se va en Cuba de Cuevas a Coveo; cómo se enriquecen, a robo limpio y cara de jalea, los empleados; cómo chupan, obstruyen y burlan al país, que pasa en la sombra discreta de la novela como una procesión de fantasmas lívidos y deshuesados; cómo echa el vientre el conde a la tibia luz de su casa voluptuosa de soltero, entre cocheros y poetas celestinos; cómo sobre el ataúd caliente de la vana mujer que da la beldad de su hija a un necio título, engordan -mientras el mayordomo leal muere de pena- el secretario, el general, el contratista, el canónigo, el coronel, el escritor “patriota” que hoy atenta, vestido de negro y con bastón de carey, contra las vidas de aquellos a quienes sirvió, ¡y tal vez le lleva y trae flores! Al lado del conde se mueven, esbozados de propósito con sencillez no exenta de firmeza, el portero adulón; el cochero procurador; el buscapié, servil; el secretario, presuntuoso; los oficinistas, famélicos; los ladrones titulados; la suegra, frívola; la hija, complaciente. Se ven los misterios de oficinas, el lujo grotesco del advenedizo, el sabio asedio de la casa rica… Nadie como Martí supo entonces apreciar el ingenio de Meza, comprender que la burla y el absurdo (recursos aún vírgenes en la época) eran parte de la propia situación en que vivía Cuba. Por eso  fue una novela incomprendida y sin embargo, a mi entender, una de las más brillantes y destacables del siglo XIX cubano, con un alto valor anticipador en la literatura y denunciador (o más bien, enunciador, aclaro) de los males de la época y eh aquí mi señalamiento, adscrito a las palabras del apóstol que desvió a otro cauce su regaño: Las épocas de construcción, en las que todos los hombres son pocos; las épocas amasadas con sangre y que pudieron volver a anegarse con ella, quieren algo más de la gente de honor que el chiste de corrillo y la literatura de café, empleo indigno de los talentos levantados. La gracia es de buena literatura, pero donde se vive sin decoro, hasta que se le conquiste, no tiene nadie el derecho de valerse de la gracia sino como arma para conquistarla.

2 comentarios

la Autora -

Muchas gracias, he visitado tu página y me parece muy interesante. estoy tratando de hacer un blog especialmente sobre literatura, espero que podamos intercambiar y espero tus próximas visitas. Hace un buen rato que no actualizo pero la verdad es que he estado muy enreada con la tesis de licenciatura. Les pido disculpas a todos
Grettel

Christina Soto -

Me pareció muy bueno tu comentario y reseña de esta maravillosa obra de Ramón Meza. Te felicito y gracias.